miércoles, 22 de abril de 2009

¡Con sangre en la cara! (El niño de 7 a 8 años)

Por: Bruno Stornaiolo

Uno de los rasgos interesantes del niño en su octavo año de vida es la disposición a sentir vergüenza, a demostrar que ¡tiene sangre en la cara!

Lógicamente con las diferencias individuales, pues el ambiente dado por los padres y la escuela tienen muchísimo que ver con las manifestaciones del infante que, generalmente, se halla en el segundo grado a esta edad (actualmente en Ecuador 3ero de básica).

El niño que ha cumplido los siete años empieza a mostrar más momentos de calma y sosiego de lo expuesto en años anteriores. Presenta momentos de meditación, de mayor contacto con sus pensamientos y recuerdos. Reflexiona y busca adaptación, un equilibrio entre su propio mundo (que sigue enriqueciéndose) y el mundo circundante.

En esta edad, cuando va independizándose más de su hogar, el infante necesita de las atenciones y de la comprensión de sus maestros. No hay una predilección o predominio de la maestra o el maestro; cualquiera sea el sexo de quien esté al frente del segundo grado es válido para el niño o la niña... siempre que el pedagogo tenga vocación verdadera.

Como en cualquier otra edad, el niño que ha superado los siete años necesita saber que es estimado por los adultos, especialmente quienes tienen que ver directamente con su formación, cabe decir padres y profesores; pero en esta edad hay una mayor confrontación (en su propia mente) de lo que siente en el trato con los mayores y de lo que piensa.

En su octavo año, el niño cumple mejor las tareas del hogar ¡hay que dárselas!, no librarle de ellas, sea varón o mujer. Las tareas deben ser lógicas y sencillas, y se requiere que se le reconozca, se le apruebe y se le estimule.

El proceso del egocentrismo a la socialización sigue adelante; ya puede intervenir en juegos colectivos muy reglamentados y aceptar las disposiciones dadas, aunque todavía no sabe perder. Avanza también en su interpretación de lo ético, lo bueno y lo malo; va trazándose ese límite entre los propios derechos y los de los demás. Aquí la guía de los padres y de los maestros es indispensable. El ser humano debe aprender a postergar, posponer y hasta renunciar a sus apetencias en beneficio de la socialización.

Pero el trámite está dándose, y faltan los retoques de los adultos y la propia experiencia. Muchos niños, especialmente varones, se van a los trompones y también en este caso puede aparecer la sangre en la cara, particularmente de las fosas nasales. Recuérdese aquello de que "le sacó chocolate durante la pelea" a su rival y el orgullo que el infante siente por ello. Aquí debe intervenir la persona mayor para frenar el gusto por la violencia y no aplaudir estas manifestaciones; mucho menos propiciarlas.

En su octavo año, el niño está en una etapa de gran asimilación de pensamientos y de sentimientos, de destrezas y habilidades. Es susceptible a la aprobación o reproche; especialmente de los mayores a quienes ama o respeta. ¡Gran oportunidad para consolidar la seguridad del niño!

En este período el niño crece en autocrítica y puede vérselo rechazando sus propios trabajos, para repetirlos luego en la búsqueda de perfeccionarlos. Es una buena edad para sembrar la persistencia, la constancia, la paciencia... cuando muestra insatisfacción por sus logros. Aquí conviene que los adultos sepan dosificar la participación, en manera que no se caiga en un perfeccionismo exagerado, pero sin caer en el otro extremo: el del conformismo y la mediocridad.

También es una edad en la que empiezan los coleccionistas: guarda cosas con sistema, con orden. Un rasgo que puede ser aprovechado en el futuro, si se lo cultiva en buena forma.

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